El mismo trata sobre un niño de once años de edad con una enfermedad casi impronunciable que le provoca poseer un rostro diferente al de los demás. Es por ello que para todo el mundo él es "anormal", "deforme" o un "monstruo". Cuando ingresa a su primer año de secundaria, muchas cosas le sucederán, algunas de ellas maravillosas y otras, muy pero muy desagradables.
Esta historia habla sobre la tolerancia, sobre no juzgar a un "libro por su tapa", sobre el respeto, la amistad y la amabilidad. Es muy fácil ser amable, ¿no? Pero ¿Y si podemos ser aún más amables de lo necesario? ¿Acaso no habría más tolerancia, más respeto, más compañerismo y más comunión entre todos nosotros?
("No juzgues a un libro chico por su tapa cara")
La siguiente cita (algo extensa pero es una pieza exquisita) hace referencia a ésta última idea. Es el discurso que el director de la escuela de August pronunció el último día de clases. Aquí va:
Bienvenidos compañeros, profesores y miembros del
cuerpo docente… Bienvenidos padres y abuelos, amigos e invitados y, sobre
todos, bienvenidos alumnos de quinto y sexto grado… ¡Bienvenidos todos a la
ceremonia de graduación del colegio de secundaria Beecher!
Todos aplaudieron.
- Cada año –procedió el señor Traseronian leyendo sus
notas con sus gafas de leer casi en la punta de la nariz- me encargan escribir
dos discursos de apertura: uno para la ceremonia de graduación de quinto y
sexto y otra para la ceremonia de séptimo y octavo que se celebrará mañana. Y
cada año me digo que tengo que trabajar menos y escribir solo un discurso que pueda usar
los dos días. No parece difícil ¿verdad? Pero cada año acabo escribiendo dos
discursos diferentes, sean cuales sean mis intensiones, y en este curso por fin
he averiguado por qué. No es, como se podría suponer, porque mañana vaya a
dirigirme a un público con mucha más experiencia en secundaria, mientras que a
ustedes les queda casi todo el camino por delante. No, creo que tiene más que
ver con la edad que tienen ahora, en este momento de sus vidas que, a pesar de
llevar veinte años rodeado de alumnos de su edad, sigue conmoviéndome. Porque
están en la cúspide, chicos. Están en el límite entre la infancia y todo lo que
viene después. Se encuentran en un momento de transición.
- Aquí estamos todos reunidos –continuó el señor
Traseronian, quitándose las gafas y usándolas para señalar al público-, sus
familias, amigos y profesores para celebrar no sólo sus logros en este último
curso sino sus infinitas posibilidades. Cuando piensen en éste último curso
quiero que miren dónde están ahora y dónde estaban. Todos han crecido un poco, se
han hecho más fuertes, un poco más lisos… o eso espero.
Algunas personas de entre el público se rieron.
- Pero el mejor modo de medir lo que han crecido no
es por centímetros ni por el número de vueltas que puedan correr alrededor del
circuito, ni siquiera por sus notas, aunque son cosas importantes, claro está.
Se mide por lo que han hecho con su tiempo, por cómo han elegido pasar sus días y con quien se han
juntado este año. Para mí, esa es la mejor manera de medir el éxito.
- Hay una frase maravillosa en un libro de J.M.
Barrie […] titulado El pajarito Blanco
dice… -se puso a pasar páginas de un librito hasta que encontró la que buscaba,
y volvió a ponerse las gafas- : << ¿Podríamos hacer una nueva regla: intentar siempre ser
más amables de lo necesario?>>
El señor Traseronian miró al público.
- Más amables de lo necesario –repitió- Qué frase tan
maravillosa, ¿verdad? Más amables de lo necesario.
Porque no basta con ser amables. Uno debería ser más amable de lo necesario.
Les diré por qué me encanta esa frase, esa idea: es porque me recuerda que,
como seres humanos, llevamos dentro no solo
la capacidad para ser amables, sino la elección de ser amables. ¿Y qué significa
eso? ¿Cómo se mide? No se puede usar una regla. Es lo que iba a decir antes: no
es como medir cuánto han crecido en un año. No es exactamente cuantificable
¿Verdad? ¿Cómo sabemos que hemos sido amables? ¿En qué consiste ser amable?
Volvió a ponerse las gafas y comenzó a hojear otro
librito.
- Hay otro pasaje de otro libro que me gustaría
compartir con ustedes –dijo—Tengan paciencia mientras lo busco… Ah, aquí está.
En Bajo la mirada del reloj, de
Christopher Nolan, el protagonista es un joven que se enfrenta a desafíos
extraordinarios. Hay una parte donde alguien lo ayuda: un chico de su clase. En
apariencia, es un pequeño gesto, pero para ese jovencito, que se llama Joseph, es…
Si me permiten…
Carraspeó y se puso a leer el libro.
- << En momentos
así, Joseph reconoció la cara de Dios con forma humana. Brillaba en su
amabilidad hacia él, refulgía en su entusiasmo, daba pistas de su preocupación.
Es más, acariciaba su mirada>>.
- Brillaba en su amabilidad hacia él –repitió
Traseronian, sonriente- Qué cosa tan sencilla, la amabilidad. Qué cosa tan
sencilla…Una bonita palabra de ánimo que alguien te ofrece cuando la necesitas.
Un acto de amistad. Una sonrisa pasajera.
Cerró el libro, lo apartó y se inclinó hacia adelante
en el podio.
- Chicos lo que quiero transmitirles hoy es que
intenten comprender el valor de esa cosa tan sencilla llamada amabilidad. Esa
es la idea que quiero dejarles hoy. […] Lo que quiero es que ustedes, mis
alumnos, saquen de su experiencia en secundaria es la certeza de que en el
futuro que ahora están labrando, todo es posible. Si cada uno de los presentes
convirtiese en norma que dondequiera que estén, siempre que puedan, intenten
ser un poco más amables de lo necesario…
el mundo sería un lugar mejor. Y si lo hacen, si se comportan con un
poco más de amabilidad de lo necesario, alguien en alguna parte, algún día,
quizá reconozca en ustedes, en casa uno de ustedes, la cara de Dios.
Hizo una pausa y se encogió de hombros.
- O cualquier otra representación de la bondad
universal políticamente correcta en la que crean –se apresuró a añadir,
sonriendo y con eso ganó un montón de risas y aplausos, sobre todo de la parte
de atrás del auditorio, donde estaban sentados los padres.

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