Es para ponerse a pensar en lo que dejamos y no dejamos que digan los alumnos, en lo que ellos quieren decir y no pueden y si existe de verdad una única forma correcta de decir las cosas.
Claro está que una institución educativa presenta reglas y una de ellas en la de no permitir exabruptos en el lenguaje empleado por ninguno de los actores del ámbito escolar, en especial los alumnos. Y claro está también que nosotros, como profesores de prácticas del lenguaje, debemos trabajar con los educandos para que amplíen su vocabulario y sepan adecuarlo a diferentes circunstancias de la vida.
Sin embargo, surge la duda: ¿Tan malas son las malas palabras? ¿De verdad empobrecen el vocabulario? ¿Las malas palabras tienen menos sentidos que las buenas palabras?
Las siguientes palabras del Negro son sumamente enriquecedoras y nos hacen pensar a la hora de trabajar con el lenguaje en el aula.
No digo más, aquí va lo prometido:
"No voy a
lanzar ninguna teoría. Un congreso de la lengua es un ámbito apropiado para
plantear preguntas y eso voy a hacer.
La
pregunta es por qué son malas las malas palabras,¿quién las define? ¿Son malas
porque les pegan a las otras palabras?, ¿son de mala calidad porque se
deterioran y se dejan de usar? Tienen actitudes reñidas con la moral,
obviamente. No sé quién las define como malas palabras. Tal vez al marginarlas
las hemos derivado en palabras malas, ¿no es cierto?
Muchas
de estas palabras tienen una intensidad, una fuerza, que difícilmente las haga
intrascendentes. De todas maneras, algunas de las malas palabras... no es que
haga una defensa quijotesca de las malas palabras, algunas me gustan, igual que
las palabras de uso natural.
Yo me
acuerdo de que en mi casa mi vieja no decía muchas malas palabras, era
correcta. Mi viejo era lo que se llama un mal hablado, que es una interesante
definición. Como era un tipo que venía del deporte, entonces realmente se
justificaba. También se lo llamaba boca sucia, una palabra un poco antigua pero
que se puede seguir usando.
Era otra
época, indudablemente. Había unos primos míos que a veces iban a mi casa y me
decían: “Vamos a jugar al tío Berto”. Entonces iban a una habitación y se
encerraban a putear. Lo que era la falta de la televisión que había que caer en
esos juegos ingenuos.
Ahora,
yo digo, a veces nos preocupamos porque los jóvenes usan malas palabras. A mí
eso no me preocupa, que mi hijo las diga. Lo que me preocuparía es que no
tengan una capacidad de transmisión y de expresión, de grafismo al hablar. Como
esos chicos que dicen: “Había un coso, que tenía un coso y acá le salía un coso
más largo”. Y uno dice: “¡Qué cosa!”.
Yo creo
que estas malas palabras les sirven para expresarse, ¿los vamos a marginar, a cortar
esa posibilidad? Afortunadamente, ellos no nos dan bola y hablan como les
parece. Pienso que las malas palabras brindan otros matices. Yo soy
fundamentalmente dibujante, manejo mal el color pero sé que cuantos más matices
tenga, uno más se puede defender para expresar o transmitir algo. Hay palabras
de las denominadas malas palabras, que son irremplazables: por sonoridad, por
fuerza y por contextura física.
No es lo
mismo decir que una persona es tonta, a decir que es un pelotudo.Tonto puede
incluir un problema de disminución neurológico, realmente agresivo. El secreto
de la palabra “pelotudo”–que no sé si está en el Diccionario de Dudas- está en
la letra “t”. Analicémoslo. Anoten las maestras. Hay una palabra maravillosa,
que en otros países está exenta de culpa, que es la palabra “carajo”.Tengo
entendido que el carajo es el lugar donde se ponía el vigía en lo alto de los
mástiles de los barcos. Mandar a una persona al carajo era estrictamente eso.
Acá apareció como mala palabra. Al punto de que se ha llegado al eufemismo de
decir “caracho“, que es de una debilidad y de una hipocresía…
Cuando
algún periódico dice “El senador fulano de tal envió a la m… a su par”, la
triste función de esos puntos suspensivos merecería también una discusión en
este congreso.
Hay otra
palabra que quiero apuntar, que es la palabra “mierda”, que también es
irremplazable, cuyo secreto está en la “r”, que los cubanos pronuncian mucho
más débil, y en eso está el gran problema que ha tenido el pueblo cubano, en la
falta de posibilidad expresiva.
Lo que
yo pido es que atendamos esta condición terapéutica de las malas palabras. Lo
que pido es una amnistía para las malas palabras, vivamos una Navidad sin malas
palabras e integrémoslas al lenguaje porque las vamos a necesitar."
Mel.-.
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