Noviembre 2014
Este año tuvimos la oportunidad de observar algunas
clases de la materia “Prácticas del
lenguaje” en un curso de segundo año de secundario. La actividad formaba
parte de las propuestas de trabajo de la materia “Práctica Docente II”. A continuación
se exhibirán las correspondientes reflexiones que la experiencia hizo posible.
Es inevitable comenzar a narrar desde otro
lugar que no sea desde el principio, es decir, desde nuestra entrada al aula.
Luego de habernos presentado frente a la docente del curso –junto con dos
compañeras del profesorado o “parejas
pedagógicas”- nos dirigimos hacia el interior de aquél espacio tan familiar
para nosotras pero tan inquietante y enigmático para cualquiera que se esté
preparando para ser docente.
Cuando uno ingresa al aula, respira otro aire
porque ingresa a otro mundo. Un mundo donde se conjugan todos los conocimientos
que adquirimos hasta ese momento junto con un millón de dudas e incertidumbres.
“¿Cómo nos recibirán los pibes?”, “¿Por
qué nos miran tanto?”, “¿Qué decir, que hacer?”. Sin embargo,
instintivamente todos los seres humanos tenemos esa capacidad innata de saber
acoplarnos a los espacios, a los tiempos y a las situaciones. Por eso, dejamos
que cada paso nuestro, físico y simbólico, se desarrollara con naturalidad, sin
forzar nada, y, por sobre todas las cosas, con la correspondiente actitud para
afrontar esos primeros pasos –siempre los más difíciles- dentro del aula.
Una vez acabada la presentación de estas
“extranjeras” que supimos ser para aquellos alumnos de segundo año, la
profesora procedió con el inicio de la clase. Y nosotras con el desarrollo de
esta grata experiencia.
El primer problema que se nos presentó, sin
lugar a dudas, fue encontrar una respuesta concreta a la siguiente pregunta: ¿Qué observar? No podíamos dejar de
pensar en esto y en la posibilidad de estar mirando algo realmente
interesante y al mismo tiempo, estar perdiendo de vista algo tan o más
atrayente aún. Más tarde, encontraríamos una especie de respuesta ampliada a
este problema con un capítulo de un texto sobre la observación de clases,
llamado “La observación: educar la mirada
para significar la complejidad”. Sin embargo, mientras tanto, nos
propusimos dejarnos llevar por nuestra esencia y que ella nos conduzca a la
difícil actividad de focalizar.
Pronto nos dimos cuenta que nuestra subjetividad,
que es el cúmulo de conocimientos, experiencias, prejuicios, costumbres, modos
de ser y modos de actuar propios, influyen en nuestra mirada. Por lo tanto,
resultaba prácticamente imposible realizar una mirada completamente objetiva
acerca de lo que los alumnos hacían o decían o acerca de lo que la docente
hacía o decía. La clave siempre estuvo en, por un lado, no limitar la mirada
sino aprender a focalizar y a estar siempre dispuesto a ver más y, por otro
lado, a no quedarnos con los preconceptos que llevamos al aula sino estar
predispuestos a construir nuevos sentidos, porque al observar también construimos
conocimiento y experiencias.
Lo demás, vino sólo. No sólo nos limitamos a
completar aquellas categorías requeridas por la ficha de observación de clase,
sino que dejamos a nuestra lapicera salirse más allá del límite de la hoja para
retratar momentos sumamente enriquecedores. Como el diálogo que se generó entre
una alumna y la docente con motivo de la proximidad de los festejos por el día
del estudiante:
Docente:
A ver, chicos. Les hago una pregunta. ¿Ustedes se sienten estudiantes?
Alumna:
No, porque somos burros. Debería existir el día del burro.
Docente.
No. No estoy de acuerdo. Creo yo que un buen alumno no se mide por interpretar
o no un texto o por ser el mejor en hacerlo. Sino aquél que le imparte
dedicación, tiempo y esfuerzos al trabajo con un texto determinado y el
respectivo conocimiento adquirido.
El pasaje anterior nos brinda una gran clave:
en el aula, y esto forma parte de la ampliación de nuestra mirada, no sólo
fluyen conocimientos, estudiantes que aprenden y docentes que enseñan. También
fluyen momentos para desarrollar el pensamiento. Es muy importante que el
observante no se limite a observar aquello que viene a buscar sino que esté
abierto a los obsequios que la vida en el aula le puede llegar a brindar.
En el caso del microdiálogo retratado
anteriormente, se observó como la docente les brindó herramientas a los alumnos
para que ellos las tomen y reflexionen. En este caso en particular, sobre el
concepto que tienen los alumnos de ellos mismos, es decir, sobre lo que
significa ser alumno o ser estudiante.
El docente no se debe limitar a impartir
conocimiento, a depositar saberes en los alumnos. Debe brindar las
oportunidades para que el conocimiento se pueda construir, por qué no, a partir
de un acto reflexivo. Porque, en definitiva, el alumno que adquiere el hábito
de la reflexión se dará cuenta de que ser estudiante es más que ser inteligente
o capaz. Ser estudiante también es tener una identidad, es ser sujetos en
formación que se forman entrando en relación con los demás.
La docente que nosotras tuvimos la oportunidad
de observar, sin lugar a dudas, tuvo muy en cuenta lo afirmado anteriormente.
La modalidad de trabajo en el aula siempre fue dinámica y flexible. En todo
momento y lugar, la profesora dio lugar a las expresiones e inquietudes de los
alumnos, pero, fundamentalmente, a la posibilidad de construir el conocimiento
conjuntamente.
Observamos que, la introducción a los temas
nuevos por parte de la docente, siempre fue útil y pertinente para que los
estudiantes puedan relacionar los conocimientos que ya poseían con los nuevos.
Tal es el caso, por ejemplo, al trabajar el resumen como técnica de estudio, a
través de diferentes plataformas vistas a lo largo del año: resúmenes de
capítulos de la novela “El túnel de los
pájaros muertos” de Marcelo Birmajer, resúmenes e ideas principales de
textos expositivos explicativos sobre internet y redes sociales e incluso
resúmenes orales o comentarios sobre lo leído.
A su vez, otros de los puntos fuertes de la
docente fue incentivar a los alumnos para que participen activamente,
alentarlos tanto en la resolución de actividades escritas como orales y
acompañarlos en su desarrollo autónomo. Además, en ningún momento se descuidó
los aspectos normativos y convivenciales: siempre dispuso a los estudiantes las
normas de comportamiento en el aula así como el correcto uso del vocabulario
dentro de la misma.
Todos estos aspectos son sumamente importantes
para el pleno desarrollo de una clase. Sin embargo, a modo de propuesta, y siempre
tendiendo hacia el acto reflexivo, los alumnos deberían autocuestionarse y
preguntarse, por ejemplo, por qué es necesario un correcto manejo del
vocabulario en el aula o la importancia que tiene saber resumir. Todo tiene una
finalidad que resulta importante, si uno es docente, poder
reflexionar sobre esto mismo con los alumnos y no exigirles que hagan algo porque
sí o porque se les pide una nota para poder aprobar la materia.
Una de las hipótesis mantenidas durante las
primeras observaciones, y que fue confirmada hacia el final, fue el carácter
constructivista del proceder docente. Es menester aclarar que las hipótesis
surgen no sólo de las observaciones sino que uno puede poseerlas desde el
minuto cero. Lo importante, es establecerlas y brindar el seguimiento
correspondiente hasta que sean contrastadas o no. En este caso, los puntos
tratados anteriormente nos permitieron comprobar que, efectivamente, la docente
supo entregar a los alumnos las herramientas necesarias para una auténtica
construcción del conocimiento. Es decir, se pudo observar el correspondiente
andamiaje del docente, esta especie de apoyo hacia el alumno – aunque también
se alentó al apoyo del tipo alumno- alumno para que pueda utilizar una estrategia
cognitiva que les permitiera desarrollar su potencial.
Otro aspecto a destacar, que fue constatado a
lo largo de las observaciones, fue el tratamiento de los contenidos. La
profesora, nos permitió acceder a la planificación anual, con lo cual pudimos
ver no sólo los contenidos sino también los objetivos de aprendizaje, los
objetivos de enseñanza, las secuencia didácticas y las formas de evaluación.
Durante el período de observaciones pudimos ver cómo los contenidos eran
trabajados en clase. A su vez, las clases expositivos explicativas fueron muy
pocas, porque lo que siempre trató la docente fue de dialogar con los alumnos y
a partir de sus respuestas y dichos, llevar adelante la clase.
En cuanto a las actividades, éstas fueron muy
variadas y de diferente dificultad. En primer lugar, tendieron a la práctica
tanto de la oralidad, como de la escritura y la lectura. En segundo lugar, las
consignas siempre fueron clarificadas en todo momento. Tal vez haya habido un
exceso en cuanto al tiempo dispuesto para la explicación de las consignas, sin
embargo puede atribuirse a que el grupo aún no estaba preparado para un trabajo
profunda y decididamente autónomo – aunque hacia el final, la docente les
remarcó a sus alumnos la necesidad de trabajar en este aspecto-.
Existió un último asunto, que fue imposible no
ver. En charlas con los alumnos –en otras oportunidades, no precisamente en
esta experiencia pero sí en nuestra experiencia como estudiantes del
profesorado- , éstos no han dicho que ser un buen docente, entre otras cosas,
significa también simplemente asistir a clases a horario y no poseer una índice
de inasistencia alta. Consideramos que las observaciones también sirven para
ver el grado de compromiso docente para con su actividad.
Más allá de los motivos, los jóvenes
constantemente tienen como ejemplo a los adultos y si éstos, como modelos a
seguir que son, no desempeñar ese rol como corresponde, les será difícil
demandar aquello que los alumnos no han podido aprender.
Durante nuestro período de observaciones,
fuimos testigos de dos licencias y algún par de faltas por pare de la docente.
Fuimos testigos de ese vacío simbólico que significa dejar un grupo de alumnos
a la deriva. Más allá de toda justificación, la realidad indica que los ritmos
se pierden, los conocimientos quedan en el olvido y lo que es aún peor, lo
alumnos esperan impacientes durante mucho tiempo el resultado de alguna que
otra evaluación sin obtener respuestas. A veces con el compromiso docente no
alcanza, y el estado –ministerio de educación- debería ser capaz de que, por
ejemplo, las suplencias se establezcan rápido o que los alumnos puedan realizar
diferentes actividades complementarias en hora libre.
En conclusión, la experiencia de observar
concluyó de manera satisfactoria. Sentimientos encontrados nos inundaron de
repente junto con muchas dudas y certezas. Pero por sobre todo, la conciencia
de que al final, ya no éramos las mismas que al principio, cuando observar era
sólo observar y no observar para encontrar significados.
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