miércoles, 5 de abril de 2017

La salvación

               Marzo 2017

Texto publicado en Ángela Pradelli (2013). El sentido de la lectura. Buenos  Aires. Paidós.
La historia de Miguel Rottemberg.

Polonia, 1926, un joven judío es llamado a hacer el servicio militar, que consistía en tres años para los arios y cinco o más para alguien llamado Abraham Isaac. Lo espera una vida dura y llena de agravios, ¿cómo salvarse del destino? A las pocas semanas de estar en el ejército decide pegarse un tiro en el dedo meñique mientras limpia un arma y fingir un accidente. El médico del ejército observa la pólvora que rodea su mano y después de vendarle el dedo le dice: “Suerte que no soy lo suficientemente antisemita para delatarte, seguí haciendo el servicio militar”.

El suicidio del conde de la comarca hace que la condesa pida, privilegio de los nobles, una docena de soldaditos rasos para los quehaceres domésticos.

-Vos, judío, ¿qué sabés hacer? – le dice el superior.
-Sé arreglar tractores y tengo muy buena letra- contesta Abraham.
-Legible- dice después la condesa-, y muy hermosa por tratarse de un judío.

El destino quiere entonces que mi padre pase directamente al escritorio de la noble para mandar misivas, sobres y además servir el vino en las mesas donde la condesa se reúne, entre otros, con altos mandos del ejército polaco. A veces mi padre ayuda también a llevar al lecho a alguno pasado de alcohol. La vida no es tan dura, las sobras de los banquetes son un manjar para un judío acostumbrado a papas y a sopa de remolacha. Después de cinco años, mi padre es ascendido a cabo y solicita a la condesa que le dé la baja. Tres años más tarde, la condesa recuerda a aquel joven de tan buena letra, lo manda llamar y le dice que lo necesita por un corto tiempo, hasta encontrar otra persona que tenga dotes parecidas para la escritura. Los militares polacos ya acostumbrados a este joven judío que tantas veces les sirve se olvidan de él y mi padre parece ya constituir parte del mobiliario, de modo que, un poco por eso y además también por el alcohol ingerido, comienzan a contar secretos militares sin mayor cuidado. Algunos ya presumen de la inminente invasión a Polonia. Incluso manifiestan cierta simpatía por el invasor, y desde luego se regocijan por el terror desatado hacia los judíos, la barbarie convertida en hechos jocosos, los campos de concentración. Sueñan para Polonia igual suerte. Una Polonia libre de comunistas, judíos y gitanos.

Mi padre solicita a la condesa que lo deje volver a su hogar, a su joven esposa y su pequeño hijo. De regreso, cuenta los horrores que ha escuchado.

Mi padre nunca demostró desapego hacia cosas materiales, pero en esta oportunidad, insiste en emigrar. ¿Hacia dónde? Argentina, allí ya viven dos hermanos. Discute con mis abuelos y tíos. Ellos sostienen que los alemanes no pueden ser tan bárbaros, que en la Primera Guerra Mundial mi abuelo murió molido a golpes por los rusos por esconder una vaca justamente como alimento para los alemanes. Los polacos, ya con los alemanes casi en la puerta, comienzan a confiscar todas las casas de los judíos. Sí, mis padres tendrán que irse con lo puesto, insiste mi abuelo deseoso de retener a su hija. 

Nos vamos en 1938, meses antes que entraran los alemanes. Años después nos enteramos de que al segundo día de la entrada de los alemanes, ante una Polonia que opone escasa resistencia, mis abuelos, junto con todos los hombres mayores del pueblo, son fusilados en el cementerio de las afueras. Mi tía, una mujer joven y bella, se suicida junto con otras cuando es llevada a un burdel. Solo logra salvarse un cuñado que escapa con los rusos y del cual nunca sabremos nada.

Llegamos a la Argentina después de treinta y cinco días. El barco fue hundido por los alemanes a su regreso.

Aunque conocí este episodio cuando ya tenía una primera versión del libro, la historia bien podría haber sido un punto de partida para escribir estas meditaciones. Mi proyecto de escritura habría podido surgir de este relato triste y hermoso a la vez. La historia narrada por Miguel Rottemberg bien podría haber sido la plataforma de este libro. Cuando Rosa Rottemberg me contó la historia de su abuelo Abraham, un soldado judío que gracias a la lectura y la escritura salva su vida, la de su mujer y la de su pequeño hijo, no pude evitar pensar en el oficio de su nieta editora. ¿O la edición no tiene esa misma pulsión? ¿Cuántas veces los libros, como las palabras al soldado judío, nos salvaron la vida? Leer y escribir  fueron los puentes gracias a los cuales el soldado escapó de la muerte y la tortura que le podría haber significado, a él y también a su mujer y su hijo, permanecer en Polonia.  Que su nieta haya elegido un oficio mediante el cual los lectores tomamos contacto con los libros, de alguna manera, no solo reedita aquel milagro de la salvación sino que además justifica este libro y revela uno de los sentidos de la lectura. Estas historias, aun cuando estemos ajenos a ellas, siguen latiéndonos en la sangre. Me refiero no solo a la sangre de cada cuerpo sino también, me gusta pensarlo así, a la sangre social, el líquido vital que circula en la sociedad y que, aunque vivamos nuestras vidas ignorándolo, es un flujo que nos corre por venas y arterias. En lo que hoy somos y hacemos hay mucho por descubrir de los que pasaron por aquí antes que nosotros y dejaron sus marcas en un camino que con el tiempo sería también el nuestro.

¿Qué línea secreta y poderosa une nuestras experiencias con las de nuestros padres y abuelos? ¿De qué manera esas marcas traumáticas a veces, trazan ya un camino que recorreremos en nuestros oficios, profesiones y modos de vivir? La nieta de aquel joven soldado que logró salvar su vida editará libros, tablas de salvación para muchos de nosotros. El hecho de que la historia apareciera, como dije, después de que la primera versión de estas meditaciones estuviera ya escrita no hace sino reforzar la tesis de la cual nacen estos pensamientos. De alguna manera, sentí que la historia de Abraham Isaac Rottemberg, ocurrida en las primeras décadas del siglo XX, que venía a buscarme ahora y me encontraba escribiendo estas reflexiones sobre la lectura, me había  guiado no obstante, a ciegas y con la fuerza que tiene la intuición, durante toda la escritura.

La complejidad de la lectura no se agota en la significación de los textos lingüísticos. Por el contrario,  hay una multiplicidad de escenas, imágenes, gestos, que debemos abordar con la lectura y que si bien ahondan las dificultades, también completan los sentidos. Sus contenidos vienen del mundo personal y se leen en la intimidad de los vínculos. Pero vienen también del mundo político, social, laboral, económico, etc. Todo es una lectura, y todos somos, a su vez, la lectura que los otros pueden hacer de nosotros mismos. La diversidad de los mensajes, de los códigos, de los registros nos hace tropezar con la multiplicidad de significados y nos obliga a decidir nuestras interpretaciones, al mismo tiempo que un universo de posibilidades explota a nuestro alrededor. A cada paso que damos se abren para nosotros infinitas lecturas. Las lecturas de los cuerpos, de las voces, del paisaje, de los pueblos y países, de los cantos, la lectura de los jardines.

Frágiles como somos, sin embargo, la pregunta sobre cómo salvarnos del destino nos llevará a descifrar signos y construir sentidos para tratar de que el mundo no se quiebre.

Leer, como escribir y narrar, es siempre una creación, y podría definirse como una poética de la seda, esa fibra natural  formada por proteínas que tiene muchos y diferentes usos, y que se aplica no solo en prendas sino incluso en la construcción de nidos. La seda, como la lectura, tiene unas de las fibras más fuertes y refleja la luz desde diferentes ángulos; es resistente y cuando sus tejidos se estiran, son las mismas proteínas las que transmiten fuertes lazos que impiden su ruptura.

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¿Qué podemos responder los docentes cuando nuestros alumnos nos preguntan "¿para qué tenemos que leer?". Y ni hablar cuando les pedimos que escriban. Les rogamos por una oración más, por una anécdota más, por un sentimiento más. Pero ellos siempre responden: "¿Para qué tenemos que escribir?".
¿Les decimos  "...para saber escribir bien"? ¿Les decimos "para saber comprender lo que lees?" 
Hace poco leí en un libro que paradójicamente se llama Cosas que nadie sabe el testimonio de un docente ante aquél tipo de preguntas por parte de sus alumnos. Decía que "no leemos La Odisea porque haya que conocerla, porque figure en el Diseño Curricular o porque un ministro lo haya decidido. La leemos para amar más al mundo porque solo quien sabe leer una historia sabe comprender lo que le pasa; porque solo quien sabe leer a un personaje sabe leer las páginas del corazón de un amigo, de una amiga, de un novio..."
Tenemos que leer para conocernos más. A nosotros, a otros que pasaron por aquí antes que nosotros, a nuestros padres o a nuestros hijos. Tenemos que leer para conocer otros paisajes, otras culturas, otras lenguas. Tenemos que leer porque una lectura puede salvarnos la vida.
Y entonces, ¿Por qué tenemos que escribir? Para contar nuestra historia. Aunque sea triste, aunque sea feliz. Y para que otros puedan leerla (y comprenderla, claro está). Y así, descubrir 
que las letras pueden salvarnos la vida...
que podemos amar (conocer) al mundo...
y que podemos conocer (amar) a nosotros mismos...

1 comentario:

  1. Según María Eugenia Dubois,
    “El sistema educativo en general nunca ha tenido en cuenta la trascendencia de leer desde una postura estética: evocando imágenes, recuerdos, sentimientos, emociones.
    La lectura “se estudia” en la escuela como algo ajeno, como algo que está fuera de uno mismo para ser cargado, llevado, recordado, pero no vivido, sentido. Aun la lectura de obras literarias es siempre para los demás, especialmente para nosotros los docentes,
    rara vez, o nunca se permite a los alumnos leer para sí mismos. Se anula de esta manera la posibilidad de que el estudiante preste atención a las evocaciones que el texto suscita en él y a su modo de responder ante las mismas, lo cual contribuiría a hacerle
    tomar conciencia de la confrontación entre sus valores y los valores expresados en la obra literaria”

    La experiencia literaria debe presentarse a los adolescentes como una posibilidad de vincularse con su experiencia personal. (Diseño curricular Escuela Secundaria 4to, 5to y 6to)


    Es muy importante recordar esto!

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